martes, 30 de agosto de 2011

Manolete, la verdad de la tragedia



Cada vez que suenan los clarines y timbales en la plaza del pueblo minero de Linares, en la arena vuelve a hacerse presente la figura de Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, quien sobre ese mismo albero perdió la vida un 28 de agosto de 1947.
Con su muerte, la tauromaquia española perdía a uno de sus grandes mitos, una figura insustituible que todavía hoy no ha encontrado rival. El motivo, amén de su temple y personalidad, una cornada que pudo no ser mortal y un supuesto error médico del que nadie quiso nunca dar explicaciones.
Y es que, según relatan las crónicas de aquella tarde, Manolete, en su segundo, se limitó a estar voluntarioso y breve, ya que el toro apenas tenía "media arrancada". Islero, su mortal oponente, llegó descompuesto a la muleta, tras haber sido muy castigado en varas.
El califa cordobés lo toreó muy bien por el pitón derecho y también por manoletinas y otros adornos no usuales en él, aspectos que aún hoy siguen confundiendo a los entendidos. Se perfiló cerca y entró despacio a matar, para hundir todo el estoque en el morrillo, como solía hacer el maestro. Sin embargo, el animal prendió a Manolete por el muslo derecho, haciendo girar su cuerpo sobre el pitón, para caer de cabeza en la arena.
El público y su cuadrilla se apercibieron inmediatamente de la gravedad del percance, mientras se llevaban al torero a la enfermería entre Cantimplas, Guillermo, Camará, Chimo y un banderillero sevillano de la cuadrilla de Luis Miguel Dominguín, con quien compartía cartel esa tarde. El toro, herido de muerte, se dirigió a las tablas y dobló, con el respetable pidiendo para el cordobés los máximos trofeos, dos orejas y un rabo, que le fueron llevados a Manolete a la mesa de operaciones.
La intervención quirúrgica, como reza en el parte realizado por el médico-jefe de la enfermería de la Plaza de Linares, el doctor Fernando Garrido Arboledas, duró aproximadamente 40 minutos. En la misma, los doctores Carlos Garzón y Julio Corto, asistentes de Garrido Arboledas, le efectuaron al torero una transfusión de 300 gramos de sangre, que donó un cabo de la Policía Armada, llamado Juan Sánchez Calle.
Es aquí precisamente donde radica la discusión médica y la principal incógnita que pesa sobre ese día. Teniendo en cuenta las fechas en las que se produjo el suceso, agosto de 1947, no hay dudas de que la actuación de los galenos fue "correcta", ya que la cornada requería medios más avanzados de los que la época exigía.

No en vano, varios periódicos tildaron la enfermería de "mediocre", y pudo ser por eso que se dispuso el traslado inmediato de Manolete al hospital. Sin embargo, la gravedad iba en este caso en contra del tiempo.
En este sentido, según relataron algunos de los allí presentes, se requirió plasma que el doctor Giménez Guinea llevó "apenas diez minutos antes del fallecimiento del diestro", cuya vida se fue consumiendo sin que nadie tomara las decisiones con la premura que exigía la gravedad de la cornada.

Ésta, según indicó el doctor Garrido Arboledas en el parte, se produjo "en el ángulo inferior del triángulo de scarpa, con una trayectoria de unos 25 centímetros de longitud de abajo hacia arriba, de dentro hacia fuera y ligeramente de delante hacia atrás, con destrozos de fibras musculares del sartorio, faciocridiforme, recto externo, con rotura de la vena safena y contorneando el paquete vasculo-nervioso y la arteria femoral, en una extensión de 5 centímetros y otro trayecto hacia abajo y hacia fuera de unos 20 centímetros de longitud, con intensa hemorragia y fuerte shock traumático. Pronóstico, muy grave".
La incertidumbre y la tensión marcaron la larga noche en la enfermería linarense, donde los médicos no se ponían de acuerdo respecto a la conveniencia o no del traslado del herido a Córdoba o a Madrid, para su posterior asistencia. Según el doctor Giménez Guinea, "el estado crítico en que se encontraba Manolete no aconsejaba ningún desplazamiento". Por último, tras más de tres horas de nervios y angustiosa espera, se determinó ingresarlo en el Hospital Municipal de los Marqueses de Linares, centro al que fue trasladado en una camilla portada a mano por personal sanitario, familiares y amigos íntimos del torero.
A las cinco y diez de la madrugada del 29 de agosto, el doctor Tamames, que le tomaba el pulso, certificaba el deceso del diestro, el último califa del toreo. Su epílogo, como el de otros mitos, seguirá generando incógnitas que el tiempo no ha logrado borrar.
Como tampoco se podrán acallar nunca los clarines y timbales con los que Linares recuerda cada año la estela de valor, de gallardía, de sacrificio y de muerte que dejó a su paso Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete.

Por José Luis Cámara Pineda. Periodista y aficionado cordobés
Tomado de Burladero.com