sábado, 8 de marzo de 2014

Toros Ecuador en Colmenar Viejo

colmenar67

Con profundo respeto y admiración visitamos el pintoresco pueblo de Colmenar  Viejo, de la Comunidad de Madrid, donde hace ya 29 años un torero fue muerto por un toro en la arena caliente en el verano español.

El pueblo respira a toros, pues sus alrededores se llenan de haciendas ganaderas de lidia. Por ello, la misma entrada tiene como monumento un encierro completo de toros, hecho en bronce de tamaño natural. Y es que Colmenar Viejo, pese a ser pequeño, tiene mucha historia taurina. Su hijo torero “Serranito” fue profeta en su tierra en 1969, cortando las orejas y rabos en una corrida que hasta ahora la recuerdan los aficionados que vivieron esos momentos. Asimismo, la muerte del Yiyo testificó la muerte de una figura naciente que seguramente hubiera hecho época, por su toreo superlativo.

El matador de toros José Cubero, Yiyo, toreaba el 30 de agosto de 1985 en Colmenar Viejo en sustitución de Curro Romero, que no pudo asistir debido a una lesión que había sufrido en Linares. Fue el sexto toro de la tarde, Burlero, el que corneó gravísimamente al diestro, que murió casi instantáneamente. Yiyo le había propinado ya al sexto toro una estocada, a la que había precedido un pinchazo. Al salir del encuentro, el torero se dirigió sonriente al estribo. La faena había sido muy completa y el público pedía, unánimemente, las orejas para el diestro. En ese momento, el toro se arrancó inesperadamente y levantó al torero del suelo por una pierna, para volver a levantarlo cuando se hallaba caído en el suelo. Fue, en ese momento cuando le metió el pitón por la axila izquierda y lo volvió a levantar, manteniéndolo sujeto unos escalofriantes segundos. Yiyo cayó de nuevo con trágica rigidez de muñeco y todos se dieron cuenta de que la cogida era gravísima, pues el torero movió espasmódicamente sus miembros y quedó inerte. El toro, seguidamente, rodó sin puntilla, como consecuencia de la estocada.

El Pali, uno de los peones de la cuadrilla, corría por el callejón junto a Yiyo, al que llevaban en volandas a la enfermería, cuando le oyó decir sus últimas palabras: “Pali, este toro me ha matado”.En esa angustiosa carrera por el callejón, Yiyo llevaba los ojos vueltos y apagados y una fuerte impresión recorrió los tendidos 
La celeridad en el traslado, la actitud del torero y las expresiones de sus compañeros parecían anunciar lo peor.

Antoñete arrojó el capote con rabia y se cubrió el rostro con la manos, y el matador de toros José Ortega Cano, que presenciaba la corrida, se abrió paso entre el público del tendido y se lanzó al callejón para correr detrás de los que transportaban a Yiyo. . Tras unos segundos de estupor, los espectadores pidieron con insistencia las dos orejas para el diestro, que el presidente concedió. José Luis Palomar, que completaba la terna de matadores, se dirigió a la enfermería llorando a lágrima viva. También iba llorando su cuadrilla, y Antoñete, apesadumbrado, se incorporó a sus compañeros.

La enfermería fue rodeada inmediatamente por numeroso público, que intercambiaba, nervioso y alterado, funestos presagios con noticias esperanzadoras. “Ha muerto, ha muerto”, decían algunos. “No, no, está muy grave, pero no ha muerto”, respondían otros. Entre los que transmitían noticias optimistas se hallaba un hermano de Antoñete, que aseguraba que Yiyo estaba muy grave, pero que no había fallecido. El torero había entrado prácticamente muerto en la enfermería, según el parte médico. El diario El País reseña estos momentos aciagos. “En sus instalaciones el ambiente era de incredulidad ante lo ocurrido y los íntimos del diestro se abrazaban llorando y repetían, como sonámbulos, “no puede ser, no puede ser”. El padre del diestro, que había presenciado la corrida, se encontraba materialmente deshecho, así como sus hermanos. El periodista Antonio D. Olano trataba de consolar a los familiares, sin poder evitar las lágrimas. Lloraba inconsolable y se movía, aturdido, por entre los grupos que se arrumaban en la puerta de la enfermería”. Y en el monumento al Yiyo, frente a las Ventas, escribió “Murió un torero y nació un ángel”.

Yiyo había hecho una faena larga en el tercero, sin terminar de acoplarse con él, pues el toro era un manso que se iba suelto de las suertes. En el sexto, que embestía con casta, pero con nobleza, hizo una faena muy completa, con algunos muletazos espléndidos, aunque con la frialdad habitual en el infortunado torero.

Antoñete había dado la vuelta al ruedo en su primero, tras una faena muy de su estilo. José Luis Palomar se quitó de en medio al tercero, que estaba inválido, e hizo una faena desigual en el quinto, del que se le concedió una oreja. El cadáver del torero fue sacado de la enfermería en una ambulancia. En ese momento, el gentío que aguardaba en los alrededores de la plaza ofreció una emocionante ovación, como último adiós al diestro.